6 may 2024

Escenas de "El sí de las niñas" para comentar en clase.

 ACTO II

Escena VII

Sale DON CARLOS por la puerta del foro.

DON CARLOS.-   ¡Paquita!... ¡Vida mía! Ya estoy aquí... ¿Cómo va, hermosa, cómo va?
DOÑA FRANCISCA.-   Bien venido.
DON CARLOS.-   ¿Cómo tan triste?... ¿No merece mi llegada más alegría?
DOÑA FRANCISCA.-   Es verdad, pero acaban de sucederme cosas que me tienen fuera de mí... Sabe usted... Sí, bien lo sabe usted... Después de escrita aquella carta, fueron por mí... Mañana a Madrid... Ahí está mi madre.
DON CARLOS.-   ¿En dónde?
DOÑA FRANCISCA.-   Ahí, en ese cuarto.  (Señalando al cuarto de DOÑA IRENE .) 
DON CARLOS.-   ¿Sola?
DOÑA FRANCISCA.-   No, señor.
DON CARLOS.-   Estará en compañía del prometido esposo.  (Se acerca al cuarto de DOÑA IRENE , se detiene y vuelve.)  Mejor... Pero ¿no hay nadie más con ella?
DOÑA FRANCISCA.-   Nadie más, solos están... ¿Qué piensa usted hacer?
DON CARLOS.-   Si me dejase llevar de mi pasión, y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad... Pero tiempo hay... Él también será hombre de honor, y no es justo insultarle porque quiere bien a una mujer tan digna de ser querida... Yo no conozco a su madre de usted ni... Vamos, ahora nada se puede hacer... Su decoro de usted merece la primera atención.
DOÑA FRANCISCA.-   Es mucho el empeño que tiene en que me case con él.
DON CARLOS.-   No importa.
DOÑA FRANCISCA.-   Quiere que esta boda se celebre así que lleguemos a Madrid.
DON CARLOS.-   ¿Cuál?... No. Eso no.
DOÑA FRANCISCA.-   Los dos están de acuerdo, y dicen...
DON CARLOS.-   Bien... Dirán... Pero no puede ser.
DOÑA FRANCISCA.-   Mi madre no me habla continuamente de otra materia. Me amenaza, me ha llenado de temor... Él insta por su parte, me ofrece tantas cosas, me...
DON CARLOS.-   Y usted, ¿qué esperanza le da?... ¿Ha prometido quererle mucho?
DOÑA FRANCISCA.-   ¡Ingrato!... ¿Pues no sabe usted que...? ¡Ingrato!
DON CARLOS.-   Sí; no lo ignoro, Paquita... Yo he sido el primer amor.
DOÑA FRANCISCA.-   Y el último.
DON CARLOS.-   Y antes perderé la vida que renunciar al lugar que tengo en ese corazón... Todo él es mío... ¿Digo bien?  (Asiéndola de las manos.) 
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Pues de quién ha de ser?
DON CARLOS.-   ¡Hermosa! ¡Qué dulce esperanza me anima!... Una sola palabra de esa boca me asegura... Para todo me da valor... En fin, ya estoy aquí... ¿Usted me llama para que la defienda, la libre, la cumpla una obligación mil y mil veces prometida? Pues a eso mismo vengo yo... Si ustedes se van a Madrid mañana, yo voy también. Su madre de usted sabrá quién soy... Allí puedo contar con el favor de un anciano respetable y virtuoso, a quien más que tío debo llamar amigo y padre. No tiene otro deudo más inmediato ni más querido que yo; es hombre muy rico, y si los dones de la fortuna tuviesen para usted algún atractivo, esta circunstancia añadiría felicidades a nuestra unión.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y qué vale para mí toda la riqueza del mundo?
DON CARLOS.-   Ya lo sé. La ambición no puede agitar a un alma tan inocente.
DOÑA FRANCISCA.-   Querer y ser querida... No apetezco más ni conozco mayor fortuna.
DON CARLOS.-   Ni hay otra... Pero debe usted serenarse, y esperar que la suerte mude nuestra aflicción presente en durables dichas.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Y qué se ha de hacer para que a mi pobre madre no le cueste una pesadumbre?... ¡Me quiere tanto!... Si acabo de decirla que no la disgustaré, ni me apartaré de su lado jamás; que siempre seré obediente y buena... ¡Y me abrazaba con tanta ternura! Quedó tan consolada con lo poco que acerté a decirla... Yo no sé, no sé qué camino ha de hallar usted para salir de estos ahogos.
DON CARLOS.-   Yo le buscaré... ¿No tiene usted confianza en mí?
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Pues no he de tenerla? ¿Piensa usted que estuviera yo viva si esta esperanza no me animase? Sola y desconocida de todo el mundo, ¿qué había yo de hacer? Si usted no hubiese venido, mis melancolías me hubieran muerto, sin tener a quién volver los ojos, ni poder comunicar a nadie la causa de ellas... Pero usted ha sabido proceder como caballero y amante, y acaba de darme con su venida la prueba de lo mucho que me quiere.  (Se enternece y llora.) 
DON CARLOS.-   ¡Qué llanto!... ¡Cómo persuade!... Sí, Paquita, yo solo basto para defenderla a usted de cuantos quieran oprimirla. A un amante favorecido, ¿quién puede oponérsele? Nada hay que temer.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Es posible?
DON CARLOS.-   Nada... Amor ha unido nuestras almas en estrechos nudos y sólo la muerte bastará a dividirlas.

Escena VIII

RITA , DON CARLOS , DOÑA FRANCISCA .

RITA.-   Señorita, adentro. La mamá pregunta por usted. Voy a traer la cena, y se van a recoger al instante... Y usted, señor galán, ya puede también disponer de su persona.
DON CARLOS.-   Sí, que no conviene anticipar sospechas... Nada tengo que añadir.
DOÑA FRANCISCA.-   Ni yo.
DON CARLOS.-   Hasta mañana. Con la luz del día veremos a este dichoso competidor.
RITA.-   Un caballero muy honrado, muy rico, muy prudente; con su chupa larga, su camisola limpia y sus sesenta años debajo del peluquín.  (Se va por la puerta del foro.) 
Dª FRANCISCA.-   Hasta mañana.
DON CARLOS.-   Adiós. Paquita.
DOÑA FRANCISCA.-   Acuéstese usted y descanse.
DON CARLOS.-   ¿Descansar con celos?
DOÑA FRANCISCA.-   ¿De quién?
DON CARLOS.-   Buenas noches... Duerma usted bien, Paquita.
DOÑA FRANCISCA.-   ¿Dormir con amor?
DON CARLOS.-   Adiós, vida mía.
DOÑA FRANCISCA.-   Adiós.  (Éntrase al cuarto de DOÑA IRENE .) 

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